Hay
dos tipos de mortales, los que viven en un mundo en expansión y los que viven
en un mundo en contracción. Vos, humano que estás leyendo esto ahora mismo, sos
del primer tipo. Como los mortales no pueden sino vivir dentro de su propio
mundo, no pueden dejar de vivir el momento que les toca. Ninguno de los dos
puede imaginar correctamente como es vivir el otro.
Los
mundos se expanden y se contraen de forma más o menos regular, como un corazón,
eternamente si me apetece, durante un tiempo si hay un accidente o si me
apetece destruirlos. La expansión que se inaugura con cada big bang es un
proceso en el cual las cosas empiezan muy rápido pero donde van cada vez más lentas y cada vez están más separadas
entre sí. Los habitantes de un mundo en expansión tienen en su interior una
energía que se ven obligados a soltar. Esta energía se diluye y en consecuencia
todo tiende a la dispersión y a la quietud, cosa que dichos habitantes intentan
contrarrestar organizándose en estructuras cada vez más sutiles y complejas.
Cuando
se llega al momento crítico (crítico en sentido matemático, pues de dramático
no tiene nada) el mundo en cuestión empieza a contraerse. La segunda ley de la
termodinámica se invierte y todo se acelera, la energía se concentra y las
cosas tienden a calentarse solas. Todo lleva a la unión, por lo que los
mortales, en vez de tener que esforzarse para organizarse, luchan para
mantenerse al margen de la forzosa armonía a la que se ven sometidos por
fuerzas invisibles. Lo fácil es la paz, hay que luchar duro para que haya una buena
guerra.
Si
yo fuera mortal no sé en cual de los dos momentos preferiría vivir. Lo ideal
sería vivir los dos, pero esto no es posible. Los pocos que viven durante el
imperceptible momento crítico donde el proceso cambia de sentido, viven tan
lentamente que no se dan cuenta de nada.