That's all we know

Hay dos tipos de mortales, los que viven en un mundo en expansión y los que viven en un mundo en contracción. Vos, humano que estás leyendo esto ahora mismo, sos del primer tipo. Como los mortales no pueden sino vivir dentro de su propio mundo, no pueden dejar de vivir el momento que les toca. Ninguno de los dos puede imaginar correctamente como es vivir el otro.

Los mundos se expanden y se contraen de forma más o menos regular, como un corazón, eternamente si me apetece, durante un tiempo si hay un accidente o si me apetece destruirlos. La expansión que se inaugura con cada big bang es un proceso en el cual las cosas empiezan muy rápido pero donde van cada vez más lentas y cada vez están más separadas entre sí. Los habitantes de un mundo en expansión tienen en su interior una energía que se ven obligados a soltar. Esta energía se diluye y en consecuencia todo tiende a la dispersión y a la quietud, cosa que dichos habitantes intentan contrarrestar organizándose en estructuras cada vez más sutiles y complejas.

Cuando se llega al momento crítico (crítico en sentido matemático, pues de dramático no tiene nada) el mundo en cuestión empieza a contraerse. La segunda ley de la termodinámica se invierte y todo se acelera, la energía se concentra y las cosas tienden a calentarse solas. Todo lleva a la unión, por lo que los mortales, en vez de tener que esforzarse para organizarse, luchan para mantenerse al margen de la forzosa armonía a la que se ven sometidos por fuerzas invisibles. Lo fácil es la paz, hay que luchar duro para que haya una buena guerra.

Si yo fuera mortal no sé en cual de los dos momentos preferiría vivir. Lo ideal sería vivir los dos, pero esto no es posible. Los pocos que viven durante el imperceptible momento crítico donde el proceso cambia de sentido, viven tan lentamente que no se dan cuenta de nada.

Ojos, mirad por última vez

Encarnarse es peligroso. Hay que ir con cuidado y calcular muy bien el momento exacto de la desencarnación, porque sino hay el peligro de convertirse en polvo. 

He oído historias de dioses que se encarnaron y se olvidaron de desencarnarse... O les falló algo en el último momento... O se enamoraron y se conviertieron en mortales...

Aunque seguro que son todo leyendas. A mí no me ha pasado nunca. Al ser inmortal, pase lo que pase, cuando se muere el cuerpo donde vivo siempre continúo vivo. A veces con un susto terrible, hay que decirlo, pues la encarnación puede haber sido tan perfecta, me he creído tanto mi papel y he tenido tan claro que iba a morir, que cuando en vez de la oscuridad más absoluta me he reencontrado con el horrible resplandor de mi consciencia eterna me he desesperado.

La ira divina

Los mortales no escuchan a los dioses. Sus oídos están tan acostumbrados a sus propias palabras que las palabras divinas les parecen muy lejanas, de una lejanía que raya lo imposible. Son así.

A lo máximo que prestan atención es a los sacerdotes y a sus dioses inventados. Van a las iglesias como van a las canchas de futbol, para sentir la Comunidad, la Pasión, la Victoria... Pero tratando a los futbolistas como a meros títeres... ¡Sin darse cuenta de quién es títere de quién!

La distancia entre un dios y los mortales es demasiado grande. La incomprensión es mutua. El drama es que mientras los mortales tienen al resto de los mortales, yo solo me tengo a mí mismo y a estas pequeñas criaturas que no me hacen caso, que no me ven, que no me creen. Les voy a destruir. 

¡Caiga fuego sobre sus cabezas! ¡Mueran agonizantes, agonicen, sepan todo lo que pierden (¡pierden todo!) o mejor, mueran rápido, mueran sin darse cuenta de lo que es ser vivo ni lo que es ser muerto! Como les odio, malditos... Les destruiré cuando menos se lo esperen.

La astrología como ciencia exacta

Algunos humanos, observando las idas y venidas de los planetas en el cielo, afirman que las revoluciones de unos y otros están relacionados. «Hacemos lo que hacemos, ahora, porque los planetas están en esta posición. Cuando vuelvan a estar en esta posicióndicenvolveremos a hacer lo mismo. Mientras tanto, mientras llegue ese momento de la repetición, tenemos que intentar ver como, observando su paso, podemos predecir las cosas que van pasando a ras de suelo».

El planteo es completamente cierto. A cada momento de la tierra le corresponde un momento del cielo, y al revés. Lo que no es cierto es que, con su lamentable finitud, los humanos sean lo suficientemente inteligentes como para relacionar unas cosas con las otras. No pueden. La complejidad del cielo y de la tierra es tan cercana al infinito que solo es accesible a mi omnisciencia. 

Los que aceptan su ignorancia pueden gozar de la belleza de los anillos de Júpiter, limitar sus acciones a lo que pasa justo encima de la tierra y ser felices. Los que no lo aceptan pueden leer el horóscopo y darse una y otra vez contra la pared. Como en el universo no existe ni arriba ni abajo, decir que todo está escrito acá arriba es lo mismo que decir que todo está escrito allá abajo. Decir que «los planetas se mueven por lo que pasa a ras de suelo» es una verdad irrefutable.

El arte de la guerra

La guerra es el estado natural del universo. Lamentarse de ella es como lamentarse de que las manzanas caigan hacia tierra... O peor, es como intentar convencerlas de que no tienen que caer. Se puede intentar, claro, pero no hay que esperar mucho de ello.

Es lindo ver a los mortales gritando el nombre de sus dioses en las guerras. Gritan fuerte, agitando sus banderas, confiando en que les favorecerán. No sé ellos, pero lo que es a mí me da igual si ganan los unos o los otros. Lo único que espero es que haya cuantos más muertos mejor. La sangre es un gran fertilizante de la tierra, por eso hay tantas flores, tan bonitas.

El universo es destrucción y construcción. El hecho que destruir sea más fácil que construir lo explica todo. Los chinos decimos que la mejor manera de vencer a tu enemigo es esperar a que su cortejo fúnebre pase por delante de tu casa. Delante de todas las casas de la tierra, sentado cómodamente tomando un mate calentito, yo estoy ahí siempre esperando.

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