Momentos

Nietzsche estuvo siempre muy cerca de su amada verdad, sin llegar nunca a conocerla. A parte del error, comprensible, de gritar como un loco que yo mismo había muerto, afirmando incluso que nunca había existido, entre sus papelotes dejé escrito, hablando de la posibilidad de volver a nacer, que entre vida y vida, aunque medie una eternidad entre las dos, esta puede parecer que pasa en un instante, pues sin consciencia la infinitud equivale a una fresca y breve nada.

¡Pobre hombre! Limitado, no puede salir de su consciencia y de sus deseos infinitos. Es cierto que la eternidad y un instante son lo mismo. Si multiplicamos infinito por infinito sale un número más grande y más pequeño a la vez, porque en el plano eterno más grande y más pequeño son lo mismo. Es cierto, también, que podemos poner números a las eternidades infinitas... Hay realmente muchas, infinitas... Pero a la vez hay una sola. Si sos mortal no podés hacer más que desear que haya otras.

Aquellos que, obsesionados por su propia finitud, hablan de ciclos y de reencarnaciones, de eternos retornos, se acercan a la verdad, aunque la verdad es algo inalcanzable para ellos. Es verdad que todo se repite, pero también es verdad que todo es siempre diferente. Cada momento es único e irrepetible, de modo que lo que no hacés ahora no podrás hacerlo nunca más. Tener miedo de vivir ese momento, sobre todo si afirmás ser el más valiente de los hombres, es una cosa como mínimo ridícula.

Cuando vivía en Turín, nuestro querido Nietzsche estaba enamorado de una dama que vivía entre las elegantes columnas de la avenida Roma. Cada día pasaba por delante de su casa, pero nunca se atrevía a llamar. «Mañana llamo, seguro»—se decía cada vez. ¡Como le envidio! Como me gustaría ser mortal, ser un humano, vivir su gloriosa finitud, pensar que no termino en mí mismo... Morir (¡morir!) con ese dulce engaño de que volveré a nacer y de que habrá un nuevo momento para todo.

1 comentario:

dios dijo...

"ahora o nunca" dicen los mortales, "ahora y nunca" digo yo

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