Un perro ladrando

Puede haber luna llena, o no. Pero es de noche. El silencio cubre inmensas extensiones de campos y ciudades... Incluso los autos, al pasar, no hacen ningún ruido, deslizándose a velocidades constantes, tenues luces avanzando trazando caminos circulares. Los grillos también han enmudecido.

Y en medio de esta calma, rompiéndola, sobreponiéndose a ella, dejándola en un segundo plano, un perro ladra. ¿Sabe por qué ladra, el perro? No lo sabe. Ladra y ya. Ladra y se convierte en un gemido de la tierra, invisible, un gemido que... ¿oyen? se va juntando ahora a otros gemidos, otros perros despertando, ladrando... Y no se ladran los unos a los otros, no, ladran todos juntos en un único ladrido sin sentido, el gemido de una tierra que quiere salir de sí misma, que quiere escapar, que quiere escapar sin saber de qué ni para dónde.

Yo, dios, soy estos perros que ladran en la noche.

Destrucción de las matemáticas

Pitágoras era un tipo insoportable. Galileo no. Aún así, los dos coincidían en una cosa: creían que las matemáticas pueden explicar el universo. Muchos "científicos" (antes, durante y después de ellos) piensan lo mismo. Se atreven a afirmar que las matemáticas son "el lenguaje oculto del universo".

Hoy les revelaré que no es así. Las matemáticas humanas se basan en decir 1 y en decir que 1 más 1 es algo diferente a 1, llamándolo 2. Ese error proviene de la imperfecta percepción humana. Una manzana, por ejemplo. Los humanos ven una manzana y dicen 1. Mal.

Para que entiendan, deben entender que una manzana no es 1. O, al menos, no és más 1 que una manzana y el manzano, o más 1 que una manzana y un campo de manzanos, o más 1 que una manzana y un grupo de gente alegre bailando alrededor de los manzanos. 

Cualquier cosa es 1. El universo entero es 1, la mitad del universo también... ¡Por lo que 1 no significa nada! No hace falta ser muy divino para darse cuenta de que 1 es igual a 1 y a la vez 1 es igual a 2, que es lo mismo que decir que 1 más 1 es igual a 1 y que 1 más 1 es igual a 2.

Entenderán entonces que no hay matemáticas que valgan. Pretender explicar el universo entero con este tipo de lenguaje es peor que esperar que un niño chino se ponga a hablar, sin que nadie se lo enseñe, en castellano. Y eso presuponiendo que exista el chino.

Digo peor porque no es una cuestión de un lenguaje u otro. No vayan a pensar que un día lo vayan a aprender. Nunca entenderán "el lenguaje oculto del universo"... Primero porque no existe, y segundo porque, en el caso que existiera, solo lo entendería yo.

Los ángeles

No hay nada más odioso que los ángeles. A diferencia de los mortales, que se mueren solos, una vez creados los ángeles tienen que ser eliminados uno a uno.

Mis criaturasustedes humanos incluídosson actores que con sus variados espectáculos me entretienen con su falsa compañía. El entusiasmo que pongo a veces en estas creaciones me lleva a organizar teatros infinitos llenos de personajes de todas las formas y colores... Pero cuando fatalmente me acaban aburriendo (todo, a la larga, acaba aburriendo) es un dolor de cabeza destruirlos.

Actualmente hay un grupito muy molesto revoloteando alrededor. Los creé quién sabe en qué eternidad y les di, a parte de inmortalidad, una misteriosa tendencia a "hacer las cosas bien". Desconozco lo que entienden con hacer las cosas bien, pues a parte de estar limitados por su finitud (son inmortales, pero no infinitos como yo) su concepto del bien va cambiando con el tiempo. Discuten entre ellos y van cambiando de opinión, y no todos de golpe, sino por grupos intercambiables, cosa que les lleva a menudo a grandísimas peleas. Esto a veces me divierte, pero como dije a la larga es muy cansino. Lo que me molesta más de ellos es su estúpida insistencia. Son como moscas. Los apartas un millón de veces y vuelven un millón de veces.

Hay algunos que, movidos por su irritante aunque entrañable prepotencia, dicen haberse "rebelado" contra mí. Su líder afirma representar el bien en una supuesta guerra contra un dios (yo) que encarna el mal. ¡Como si para mí hubiera alguna diferencia entre el bien y el mal! Ridículos y molestos, me digo a mí mismo que no los elimino por pereza, pero debo reconocer que sin ellos, a veces, mi eterna soledad sería todavía más difícil de llevar. ¡Pará, acá viene uno, pam!

La melancolía divina

El amor es infinito, aquel que se acaba presto no es amor, sino apetito—dije Cervantes.

Pero mi amor por aquella diosa fue infinito. No por durar poco deja de ser eterno. En mis eternidades amaré otras veces, infinitas, pero nunca como aquella. No es una cuestión de cantidades. Yo siempre amo eternamente, mi infinitud no me deja alternativa.

¡Si ella lo supiera! Pero ya lo sabe... Y no se cree nada. Quizá se imagina dentro de la sucesión de mis amores y se siente rebajada. Cuanta equivocación. Incluso entre los dioses hay equivocación.

Aunque me temo que en este caso el que se equivoca soy precisamente yo. ¿Por qué no acepto que aquella eternidad ya pasó? Me puedo engañar pensando que se repetirá, que habrá infinitas más, pero no. Cuando se pierde algo eterno se pierde para siempre.

El más triste de los tangos

Y un día desapareció. La busqué por todas partes y no la encontré. Con su omnipotencia construyó un muro insalvable incluso para mí, se escondió en un bosque tan espeso que ni con el olfato del más astuto de los tigres no pude penetrar. Ignoro por qué ya no está aquí, qué ha visto en mí que no quiere ver más, qué habrá encontrado que la aleja hacia allí, el único lugar donde yo quisiera estar.

Pero es justo aquí cuando me asalta la más terrible de las dudas... ¿Puede ser que la destruyera yo? ¿Puede ser que la haya olvidado y después haya olvidado el recuerdo de olvidarla? Pero no... ¿Qué razón podría tener? No, no puede ser... ¡Bien me doy cuenta de que no está! ¿Y no podría ser que yo mismo me haya creado la ilusión de que ha desaparecido, impidiéndome pensar que soy yo el que en realidad la abandonó? Pero no… No... No... ¿Qué razón podría tener? Tristeza eterna.

¿Cuántas eternidades tendrán que pasar para que olvide esta tristeza? Cierto que con mi insoportable omnipotencia podría eliminar para siempre su recuerdo… Pero luego desaparecería por completo, no tendría ni esta triste tristeza que es lo único (¡lo único!) que me queda de ella…

Holocausto

Si la felicidad de los mortales es precaria, imagínense la de los dioses, infinitamente más difícil de alcanzar. Las pocas cosas que hacen felices a los hombres son prácticamente inaccesibles para mí… Pero cuando se logra, en uno y otro caso, no hay nada superior, especialmente para mí.

A lo largo de sus siglos los humanos han imaginado las maneras más diversas de hacer felices a los dioses. Los griegos matan vacas y las queman. Los mayas arrancan corazones y los queman. Los yanquis extraen gases y los queman. ¿Cómo creen que son estos dioses, que pueden alegrarse aspirando el humo negro que mandan al cielo desde el suelo? La felicidad divina es otra cosa.

La felicidad divina no proviene de los hombres, sino de los improbables otros dioses. ¿Se imaginan a dos dioses juntos? ¿Se imaginan a dos omnipresencias juntas, el contacto total? No es solo una superposición... Es una interpenetración absoluta, una coexistencia más allá de los límites del espacio y del tiempo, una existencia única, eterna… Mientras dura.

Todo y nada a la vez

No hay palabras suficientes para describir tanta belleza. Hay una, una sola, capaz de hacerlo, pero a quien la pronuncia le estalla la cabeza. A ver quién adivina cual es.

El amor divino

Creo que me he enamorado. ¿Recuerdan la sonrisa que les dije que a veces me aparece cuando intento destruir a otro dios? Pues llegó el día en que no desapareció. Después de eternidades de lucha contra mí mismo, finalmente he descubierto algo que no soy yo.

Si quieren imaginar a una diosa, está bien, si quieren imaginar a un dios, también. Para mí no hay diferencia. Los dioses no tienen rostro, ni cuerpo, ni voz, sino todos los rostros y cuerpos y voces que se pueda imaginar. A mi amor se lo pueden imaginar como a un monstruo demoníaco, como a Venus, como la peor de sus pesadillas o como el más maravilloso de sus sueños.

Yo, limitado por mi infinitud, llevaba toda mi existencia sin conocer nada que no fuera yo mismo, y finalmente lo conocí. ¿Como podía no enamorarme de ella?

Los otros

(Quiero empezar diciendo que tengo miedo a equivocarme. ¿Cómo puede tener miedo dios?—exclama el teólogo valiente... Pues teniéndolo. Los mortales han dicho muchas barbaridades sobre los dioses, dibujándolos según lo que creen mejor de sí mismos. Por eso hay tantos dioses bellos, fuertes y valientes, y tan pocos, o ninguno, como yo.)

Tengo miedo de equivocarme cuando me digo a mí mismo, feliz, que he descubierto a otros dioses. Creo que es un miedo justificado… ¡Cuantas veces, después de interminables eras luchando contra mi propio olvido, he acabado descubriendo, cuando ya me parecía que esta vez sí que era la verdadera, que se trataba de otro engaño!

Pero esta vez no me equivoco. Con mis quince años tengo experiencia suficiente para saber que esta vez va de verdad. Declaro que he descubierto a los otros... Al menos a uno. La grandeza del descubrimiento hace inútil la consideración de lo que se ha descubierto. Sea lo que sea, es lo más grande que se ha descubierto nunca. Que sean mil o que sea uno solo, ¿qué diferencia hay?

No hay dos dioses iguales

Hay que ir con mucho cuidado cuando se habla de otros dioses, ya que casi siempre esos “otros dioses” han sido creados por mí. Como ya revelé, a veces creo dioses para divertirme, y a veces hasta elimino el recuerdo de haberlos creado, por lo que es difícil saber si son simples creaciones mías o auténticos originales.

Una de las formas de saberlo es destruyéndolos. Si haciendo uso de mi omnipotencia los destruyo en menos de un segundo, sin duda son falsos. Un auténtico dios no puede ser destruido... Al menos no he encontrado nunca a nadie capaz de destruirme. El problema es que, igual que puedo eliminar el recuerdo de haber creado un dios, puedo eliminar el poder para eliminarlo y luego eliminar el recuerdo de haber eliminado ese poder, de modo que la cosa se complica.

En mis eternidades he librado batallas increíbles, fabulosas guerras de titanes en las que han desaparecido mundos enteros en tristes aunque inevitables daños colaterales. En el fragor de estos épicos combates, mientras usaba todos mis superpoderes para liquidar al oponente, no podía reprimir una sonrisa de esperanza al creerme delante de un dios original, no creado por mí mismo y por lo tanto eterno como yo. Hasta ahora he podido con todos… ¿Con todos? No.

La belleza divina

Me enternece la concepción de la belleza de los mortales, siempre ligada al espacio y el tiempo. Una puesta de sol, dicen... Para mí no tiene sentido, ya que yo veo a la vez desde todas las perspectivas. Una chica joven, miren... Para mí no tiene sentido, pues yo veo a la vez pasado, presente y futuro.

Me cuesta mucho explicar lo que es bello para mí. No se trata de nada acumulativo (algo así como la contemplación del universo entero, o la lectura de todos los libros en uno, o la melodía que produce la sucesión de big bangs y big crunchs), no. Supongo que para mí la belleza se podría relacionar con lo inesperado. Hay que reconocer que tengo un problema, que es mi omnisciencia. Al saberlo todo y preverlo todo, podría parecer que no hay lugar para lo inesperado… Pero felizmente no es así.

Hoy les revelaré solo una cosa, algo que empezó como una sospecha pero que a estas alturas ya no estoy en condiciones de seguir negando más: he descubierto que hay otros dioses a parte de mí.

Hechos, no palabras

Siempre he considerado la opinión como una cosa de mal gusto. Yo no opino, yo hago. Claro que para mí la creación es facilísima y con un simple "yo pienso" creo mundos infinitos.

Y de regalo, una cosmovisión

Disculpen que les haya tenido tantos días sin revelaciones. Escribo tantos blogs para tantos planetas que a veces no me apetece actualizar. A ver, que se me entienda, no es que sea complicado para mí, ya que si quiero escribo quince mil quijotes en menos de un segundo, pero mi infinita pereza es tan grande que a veces incluso este mínimo esfuerzo se convierte en imposible.

Para compensarlo hoy hablaré con voz certera a los que a veces, mirando el cielo de la noche, se quedan pensando en si será finito o infinito el universo, y les diré: es finito e infinito a la vez. Vean que es una cuestión de perspectiva. Para mí es fácil, pues como dije, o diré, lo veo todo desde todas las perspectivas a la vez... Pero también puede ser fácil para los mortales si lo piensan correctamente:

El universo, que es la unidad de todas las cosas, es uno, como dice su propio nombre. No es dos, ni cinco, porque el cinco y el dos, juntos, también son uno. Visto entero el universo es solo uno, un punto, un punto minúsculo en medio de la inmensidad del vacío, la nada, aquello que no es.

Ahora viene la parte difícil de entender: El universo, para que sea uno, necesita ser más que uno, porque si fuera solo uno se perdería en medio de esta nada en la que está... Y como la nada no existe (si existiera significaría que existe algo que no existe) el universo tiene que estar en todas partes, es decir, ser infinito, pues si tuviera un fin después de este fin tendría que haber algo que no es.

Que nadie intente entenderlo pensando en un espacio o un tiempo inacabables (como si el espacio fuera un calle con una casa con jardín después de otra o el tiempo un bonito atardecer después de otro) pues como ya diré, o dije, todas las cosas son al mismo tiempo en todas partes y en el mismo sitio para siempre... Exactamente como yo.

Maldición

Grecia es un país muy lindo. No me extraña que justo ahí, entre la placidez de sus costas y la placidez de sus bosques, los humanos inventaran a mis dioses favoritos. ¡Qué gran raza esa de Zeus! ¡Qué potencia! ¡Y que bien cantaron sus poetas las luchas que los hijos, irados, libraron contra sus propios padres! Si fuera mortal, seguramente moriría en Grecia.

El caso es que en ese pedazo de tierra surgió también una gran batalla filosófica. Platón contra Aristóteles, Aristóteles contra Platón. En los libros humanos se habla mucho de sus diferencias, afirmando que son "las dos maneras de pensar". Bien. Hoy les revelaré, mortales, que una de estas dos maneras de pensar me da ganas de producir inundaciones. O sea que cuidado.

Platón se creía una especie de dios. Decía que hay unas ideas que existen antes de las cosas y que la única forma de conocer las cosas es conociendo estas ideas. Según él las ideas son eternas y tienen validez en todo el universo. ¡Pero qué insecto pretencioso! ¿Cómo pueden ser universales las imaginaciones de un tipo perdido en una ciudad perdida en un país perdido en un planeta perdido en un universo perdido entre los infinitos universos que cada mañana me como para desayunar?

Aristóteles, que a diferencia de su maestro se reía en el teatro y no se indignaba si una abeja le picaba, negaba la existencia de estas ideas previas y decía, más humildemente, que éstas se crean dentro de la cabeza de cada mortal. Reconocía que los humanos son poco más que el resto de animales que pueblan las montañas y los mares... Y de hecho de no ser por ese "poco más" le tendría aquí sentado a mi derecha. Si existiera el infierno Platón estaría quemando y Aristóteles soplando.

¿Quién sos vos?

A veces, en mis inacabables eternidades, me pregunto si no voy a resultar, al final de todo, el sueño de otro dios. ¿Qué pasaría si algún día descubriera (o no descubriera, que es lo mismo) que toda mi consciencia, por absoluta que sea, no es sino una ilusión? ¿Se acuerdan de Calderón y de sus sueños que los sueños sueños son? Pues era yo mismo disfrazado de español del siglo XVII.

La muñecas rusas siempre lloran cuando pelan cebollas porque nunca las terminan de pelar. Es cierto que en el centro, en ese imposible centro, hay un dios muy pequeñito riendo como un loco... Pero no es menos cierto que ese mismo dios también está, a la vez, comiendo muy serio una ensalada de cebolla, tomate, queso y aceitunas con la agradable compañía de la mayor de las muñecas rusas. Me temo que ni para una mente divina es posible salir de semejante laberinto de espejos.

No quiero ni imaginar las dudas que, comparadas con las mías, puede tener un mortal. Algo tan precario como la consciencia humana debe ser insoportable.

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